La dama ante el espejo
- Como en embriagadora especería
- desata sin ruido en la fluidez clara
- del espejo sus fatigados gestos;
- e introduce allí su sonrisa.
- Y aguarda hasta que de todo eso ascienda
- el líquido; luego vierte el cabello
- en el espejo y, alzando los hombros
- maravillosos del traje de noche
- bebe callada de su imagen. Bebe
- lo que una amante en éxtasis bebiera,
- inquiriendo desconfiada, y hace
- un guiño a su doncella, si ve luces
- sobre el fondo del espejo, roperos,
- y lo turbio de una hora trasnochada.
Rilke
- Desnuda
- me miro en el espejo perturbable.
- No tengo rostro
- mi signo del zodiaco es el desorden.
- Sola estoy
- cuando podría ser otra vez el lento
- obstinado presagio de tus dedos.
- Este es sólo el exordio del placer.
- Después vendrá la imagen de tu boca
- atravesando un claro en la arboleda.
- Vendrá la llama tibia como el gato.
- Oscura la garganta se tragará tu nombre
- oscuro de saliva.
- Vendrán la lengua y tus rodillas.
- Escucha cómo suena el otoño en las ingles:
- gástame el vientre
- exacerba mi boca
- altera mi silueta
- rasga esta tarde hasta la pura muerte
- degrada este silencio
- denso como una zorra
- devasta quiebra
- asola mi virtual desatino.
- Sólo imaginación.
- Sólo un espejo.
- La humedad que te grita desde el bosque.
Una mujer en el espejo
- Me asustan los reflejos, el blanco de tus manos,
- la noche sin persianas.
¿Sabes?
Conozco
tu piel
de camarones;
tu voz
de sepia clara;
y tus dedos:
dedos perfectos, redondos, limados.
¿Sabes?
Saboreo
tu soledad
resbalando en la ventana,
y
creo
que es sublime
la desnudez de una mujer en el espejo
que desafía tiempos
sin palabras.